Y ahí estábamos los dos, parados frente a frente, con nuestros miedos que se contenían dentro de la habitación de hotel de 5 estrellas que nos cobijaba del frío, con la calefacción previamente encendida por el camarero que nos había conducido desde el lobby hasta el fondo del complejo, en donde el habitáculo rentado veía por sus ventanas hacia el jardín, el que todavía era visible, porque apenas eran las 6 de la tarde y nos recibía también con su mirada de complicidad, antes de ocultarse tras las cortinas que se cerraban para dejarnos en la privacidad deseada, solamente interrumpida por los ojos mudos del mobiliario que nos rodeaba…
Reinaban nuestros silencios, el tuyo y el mío, y sólo podíamos escuchar ambos nuestro respirar; no sabíamos cómo habíamos llegado hasta ahí, pero sabíamos que desde hace muchas lunas nuestros pensamientos querían estar juntos, uno frente al otro, desnudándose del alma y queriendo alimentar el apetito de nuestra pasión…, no sabíamos si realmente era amor el que pudiera gestarse en esta relación, pero estábamos convencidos que deseábamos vehementemente hallarnos aquí…
Horas antes, durante la comida, intercambiamos miradas furtivas, roces de manos y piernas, de manera espontánea, casual y seguramente intencionalmente, esperando que el uno y el otro pensara que era todo circunstancial y no preparado…, de ahí pasamos a las conversaciones más íntimas en donde hablábamos de nuestros previos encuentros sexuales, con otras parejas y las actuales, dejándole entrever al otro que si bien, nos sentíamos bien a secas con la relación vigente, no nos era suficiente y necesitábamos un complemento que llenara ese hueco en nuestras vidas, el cual no implicaba compromiso alguno entre los dos y mucho menos un sentimiento de culpa…, eso había quedado en el pasado tras llegar ambos de manera independiente, a la conclusión de que el ser humano debe buscar su felicidad, sin menoscabo de las presiones sociales y pensamientos lineales…
Subimos al auto para continuar nuestros rumbos, no hablamos, pero seguíamos tomados de la mano al igual que lo hicimos al salir del restaurante, sin que ninguno de los dos reparara en decir nada al respecto. Rompí la atmósfera silenciosa al preguntarte a dónde querías ir y encontré la afirmación anhelada cuando de tus labios encarnados de un rojo intenso musitaron, a donde tú quieras yo voy…
No puedo negar que estaba nervioso, estaba sucediendo algo que yo mismo no había contemplado que aconteciera y seguí manejando por diez minutos más sin soltarte, disfrutando de tus dedos largos y estilizados, con unas uñas pintadas de manera impecable, que hacían resaltar más tu elegancia sobre una piel tan blanca que parecía mostrar el recorrido de tu sangre ardiendo por tus venas, sabía que también estabas nerviosa, te sentía y lo veía cada vez que furtivamente buscaba tu rostro por el espejo retrovisor.
Como si mis plegarias hubieran sido escuchadas, apareció a lo lejos un majestuoso hotel con nombre y estilo japonés que evocaba las imágenes que tenía del imperio del sol naciente, como naciente era la pasión que sentíamos y que posiblemente hubiese nacido meses atrás y hoy se confirmaba de manera plena. Di la vuelta para entrar, nos recibió el valet parking y nos preguntó por nuestro equipaje, a lo que contesté que lo bajaríamos más tarde y se llevó el vehículo a estacionar.
Me esperaste en un sillón mientras yo realizaba el registro y nos asignaban un espacio, de reojo te vi y te veías segura, eso me inspiró también seguridad y tu sonrisa al mirarte me llenaba de aplomo ante los desconocidos, quiénes de manera intrigante sentí que nos observaban.
Ya en el dormitorio, de pie, con nuestra verdad y convicción como parte de nuestro atuendo, nos quedamos petrificados como regodeando el momento, un momento de verdad, lleno de adrenalina, ese tipo de momentos que la vida te regala en contadas ocasiones para tomar riegos, para sentirte vivo, disfrutar, experimentar y asumir tu plenitud; entonces te vi a los ojos e intercambiamos miradas antes de que tus ojos se cerraran invitándome a besarte, invitación que por supuesto no fue despreciada y así se inició y se encendió una llama que no se apagaría al menos por esa noche.
Fueron besos que iniciaron de a poco y fueron mejorando hasta tocar nuestras lenguas, labios y cuello, fundidos en un abrazo que cada vez friccionaba nuestros cuerpos en un roce excitante por encima de la ropa que comenzaba a elevar la temperatura de nuestros pensamientos…
En un momento, tuve que introducir mi mano derecha dentro de mi pantalón para acomodarme, ya que, el crecimiento en el tamaño, hacía que la representación de mi virilidad se sintiera atrapado y lastimándose, toda vez que me sentí más cómodo y volví a restregarme en ti, emanaste un breve suspiro asintiendo que estaba mejor así y el roce era más placentero.
Las mezclillas se frotaban, tú, con un pantalón ajustado, blusa azul brillante con un escote discreto, collar de dije azul y zapatos de tacón abiertos de color dorado, complementado con un discreto maquillaje y las uñas de tus pies y manos entintadas armoniosamente, te hacían lucir tan radiante y apetecible al mismo tiempo.
Entonces, introduje mis manos por dentro de tu blusa y tocando tu espalda, liberé tus concavidades de un sostén azul que combinaba con tus bragas de satín del mismo color, las cuales pude ver al momento de subir tu blusa para realizar la acción liberadora y retirar tu brasier, dejando a tus senos, pequeños y tersos en contacto con la tela de la blusa, los toqué, las acaricié suavemente y sentí tus pezones tan redondos, prominentes y bien formados que me detuve un par de segundos a admirarlos, deleitándome también con el sonido de tus pequeños quejidos de placer que me excitaban más…, fue entonces cuando decidí chuparlos por encima de la blusa y ver su erección que se transparentaba por la humedad de mi saliva en la tela y erguidos me saludaban diciéndome, bésalos, acarícialos, muérdelos, lámelos y hazlos crecer más…, y eso hice, con tanta ternura que musitabas cuánto te gustaba lo que estaba pasando en ese momento…
Nunca nos preguntamos nada, no cuestionamos, simplemente nos dejamos llevar por lo que deseábamos en ese instante, sin reproches ni recriminaciones, sin pensar en nada que nos atara, tan sólo fue disfrutar de un momento de manera apasionada, real, de desfogue, de amor, de entendimiento, de complacencias, de secretos, de ansias y deseos, de vivir la plenitud del instante…
Desabotoné tu pantalón y éste se fue deslizando hacia el suelo y comencé a tocar tu sexo con mis dedos índice y medio por encima de tu cacheteros y tus sonidos me incitaban a más, fue entonces cuando piel con piel tocaba tu clítoris, pequeño y húmedo gracias a los líquidos que brotaban de tu excitación, luego, introduje mis dos dedos por tu vagina y los comencé a alternar entre caricias al lugar que generaba tus temblores y hacia el lugar que generaba tus gemidos, de repente, mi mano izquierda entró por la parte de atrás de tus calzoncillos e introduje mi dedo medio por tu cavidad posterior que también estaba húmeda y de manera simultánea, tenía dentro de ti, mi dedo medio izquierdo en tu recto, mi dedo medio derecho dentro de tu vagina y mi dedo índice derecho tocando tu diminuto clítoris que se veía más grande cada vez y mi boca besando tu pecho izquierdo, mientras que con tu mano izquierda me ayudabas a levantar tu blusa y con tu mano derecha me abrazabas y buscabas acariciar mi pene que estaba a punto de explotar dentro de mi pantalón.
Así seguimos por un tiempo más, hasta que en algún momento liberé mi verga y la tomaste con tu mano comenzándola a acariciar, subiendo y bajando el prepucio dándonos placer mutuamente entre gemidos, nombrándonos el uno al otro y diciendo, te quiero, te amo, sigue así, lo haces muy bien, me excitas, qué rico, delicioso, me encantas, te deseaba, etc., de manera indiscriminada, con los tobillos envueltos por nuestra respectiva ropa y acariciándonos de la misma manera, cada vez con mayor vehemencia, sentí tus estertores sabiendo que te habías venido, porque retiraste mi mano de tu clítoris y vagina, tus ojos se pusieron en blanco y comenzaste a estremecerte sin control, chocando tus dientes con los míos y vibrando de placer; como pude te recosté en la cama, me acosté junto a ti y te abracé besando tu frente; fue ahí que supe que eras multiorgásmica, porque no parabas de experimentar esas muertes chiquitas y tu sonrisa que parecía interminable externaba lo feliz que estabas siendo en esos momentos; intenté tocar tu parte más húmeda y cerraste tus largas piernas para apretarlas y disfrutar más de ese momento de placer, así que sólo me quedé admirándote, acurrucándome atrás de ti como un cucharón, oprimiendo mi pene contra tus nalgas blancas y abrazándote por detrás al tiempo que te acariciaba el busto, que dicho sea de paso, estaba sudoroso y erguido a más no poder…
Cuando imperó la calma, nos quitamos la ropa de encima, nos miramos, no dijimos palabra alguna, simplemente nos abrazamos y nos quedamos profundamente dormidos…, desnudos, entrelazados.
No sé cuánto tiempo pasó, pero al despertar, te vi con zapatillas y ropa interior puesta, estabas a punto de ponerte una bata y tenías el cabello recogido, me miraste, me sonreíste y me dijiste gracias, nunca me había sentido así, a lo que yo respondí, gracias a ti, me has hecho muy feliz…
Miraba embelesado tu lunar cerca del ombligo, tus lunares en el cuello, junto a tu boca y el de la pierna derecha que hasta ese momento conocía, por supuesto que veía también anonadado tu vulva y como ésta sobresalía de tus bragas mostrando unos labios que me sugerían también besarlos al igual que tus pechos aún erguidos que me mostraban que seguían excitados y listos para ser acariciados una vez más.
Y ahora, tomaste tú la iniciativa, avanzaste en cuatro puntos por la cama desde el borde hasta la cabecera y te colocaste a la altura de mi cintura, quitaste el edredón y las sábanas y me preguntaste mientras dejabas al descubierto mi desnudez, ¿puedo?, a lo que yo respondí, tú puedes hacer lo que tú quieras…, y tomaste mi miembro que se encontraba en reposo con tus dos manos y comenzaste a estimularlo con tu lengua y labios, hasta que se puso erecto nuevamente para saludarte y agradecerte, acariciaste mis testículos y seguiste en el afán de darme placer mientras subías y bajabas tu cabeza, estimulando mi glande y todo el cuerpo de mi parte más vulnerable, haciéndome vibrar de placer mientras yo luchaba por no venirme sin éxito, emanando mi fluido de vida dentro de tu boca y alcanzando a lanzar un tanto sobre tu cara, que se veía contenta al igual que la mía, me quise disculpar y tiernamente pusiste tu dedo en mis labios, me besaste y abrazaste, recostándote a mi lado y fundidos en ese abrazo silencioso nos volvimos a dormir.
Entres sueños los durmientes dejaban ver sus pensamientos, los cuales eran transparentes y vacíos de culpabilidad, empero, llenos de vida y armonía; sabían que sus caminos se habían cruzado por una razón, que no estarían juntos sino hasta haber cumplido su propósito y que se marcharían uno del otro de manera simultánea sólo con el gozo de haber cumplido su misión.
El tiempo transcurría necesariamente para dar descanso a los dos cuerpos, para que recobraran fuerza porque lo mejor estaba por venir…
Y tras varios minutos de caricias mutuas en el rostro, cuerpo, piernas y lugares que no conocen al sol, fui tomando camino lentamente hacia el punto en donde se unen tus largas y torneadas piernas color albar y aunque al principio pareciste rehusarte, me permitiste acceder al encuentro de tus labios, los otros, y los míos, que por primera vez se besaban y no sólo eso, se conocían mutuamente al igual que mi lengua con tu pequeña campañilla, que se asomaba por el monte bautizado como el segundo planeta del sistema solar, cuatro desconocidos que se saludaban de manera frenética y sosiego a la vez, que se propinaban placer entre aromas excitantes y sublimes; en ocasiones llegaba a interactuar la señora olfato para darle un toque adicional y divertido a la tertulia que se veía cada vez más animada, situación que intuí con cada sonido entre apagado y furtivo, que dabas cada vez que tu botón era tocado, mojado, succionado y sacudido con tanto esmero…, de forma intempestiva tus manos tocaron mi cabello y te sentí temblar, eran unos estertores que no podías controlar pero que dibujaban una sonrisa en tu rostro y humedecían tu feminidad dando paso al caos, a ese momento supremo en que el alma por un par de segundos se desprende del cuerpo y nos hace sentirnos dioses del Olimpo al alcanzar el cetro del éxtasis…
Después de un tiempo que no sé ni cuánto fue, apenas después de tu encuentro con la cima, el mástil de mi barco decidió que era el momento de aventurarse por la ruta oscura del tesoro y así, sin avisar, entró y salió, tantas veces como podía, a veces rápido, a veces lento, siguiendo la guía que tu voz le mostraba, como si supiera que el reto no era avanzar, sino tocar las paredes del refugio porque de esa manera encontraría la dulce quimera que estaba buscando…, pero se dio cuenta la embarcación que había un lugar al que no podía llegar e intentó otra estrategia y tomándote de los hombros te di un beso pidiendo tu anuencia para intentar la misma ruta, pero desde otro ángulo y fue así que te vi voltear a la misma dirección que yo y vi tus manos y tus rodillas apoyadas en el lecho, mostrándome otra senda para acceder y así lo hice, y entonces sentí que podía llegar hasta el final, mar adentro y te sentí tan mía y me sentí tan tuyo y tu dulce voz me animaba a ir más fuerte, más rápido y parecíamos un reloj que se sincronizaba con cada movimiento, cada vez más exacto, cada vez más perfecto, cada vez más alto el sonido, el tuyo y el mío y sin embargo el diálogo era tan apagado que casi no nos escuchábamos, pero nos entendíamos y cruzábamos las miradas en el mismo espejo que mirábamos de frente y esas imágenes nos proveían de fuerza para seguir, nos alentaban a no claudicar, y seguimos y gozábamos del trayecto y cuando parecía que perdía el control, me aferraba de tus flancos, de tus hombros y acariciaba tus montañas de vitalidad junto con sus areolas y puntas que se movían de manera rítmica a nuestro compás y llené tu espalda de besos, tantos que se sobreponían unos encima de los otros y me mirabas de reojo y querías ver, pero sólo sentías, me sentías y vibrabas…
Y sin más, nos
sorprendió de manera simultánea, un espasmo, el tiempo se detuvo, para ti, para
mí y un torrente abandonó mi cuerpo y se alojó en el tuyo y ambos musitamos el
nombre del otro seguido de un te quiero y temblaba y temblabas también y te
tomé de la cadera hasta que se vació mi ser y dejamos de ser uno sólo y te
recostaste sobre mi pecho y te abracé y nos besamos y Morfeo nos abrazó a
ambos…
Y soñamos juntos, planeando un futuro encuentro, pensando qué decir y qué hacer, pero la brecha de la confianza y del cariño se había abierto de par en par y ahora tú yo estábamos conectados, de alguna manera nuestros sistemas se habían enlazado para siempre, no importa en dónde estuviéramos, seríamos los poseedores únicos de los momentos vividos y por vivir, de manera conjunta y así sería para el bien de ambos en todas las vidas futuras…, momentos épicos que perdurarían en nuestras mentes para toda la eternidad…
Desperté súbitamente, no estabas a mi lado, ni tu sonrisa, ni tu aliento, ni tu mirada, ni tu bata, ni tu ropa, ni tu aroma, ni la decoración oriental, ni el jardín, ni las manchas en las sábanas, ni tu humor en mis dedos, ni siquiera un mensaje de despedida, no había nada, ni señales de lo que había ocurrido, simplemente vi a mi alrededor a más como yo, que salían despavoridos hacia un final definido tras haber fracasado en fecundar al óvulo por estar distraídos…
Guillermo
Lora Santos.
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